A Ricardo el fuego le quitó su hogar y a sus perritos, pero no su fe

Ricardo Alexis Asencio Arango permanece en silencio, sentado sobre una canasta plástica, justo en el lugar donde antes estaba la sala de su casa. Frente a él solo hay ruinas, madera quemada y cenizas. Su mirada, perdida y cansada, recorre lo que dejó el voraz incendio que lo despojó de todo en cuestión de minutos. No es solo la casa lo que ya no está. También se fueron sus dos perritos, los compañeros que siempre lo seguían y que no lograron escapar de las llamas.

A pocos metros, dos niños rompen el silencio con una pregunta tan inocente como dolorosa. “¿Y los perritos, se murieron o qué?”. Ricardo baja la mirada y señala el suelo. “Uno murió acá y el otro allá”, dice, marcando con el dedo los puntos donde los encontró cuando el fuego finalmente se extinguió. Esa misma mañana, todavía con el humo flotando en el aire, subió a un lote cercano para darles sepultura y despedirse de ellos en silencio.

CUANDO INTENTÓ VOLVER POR ELLOS

Ricardo recuerda que todo comenzó alrededor de las 8:30 de la noche, cuando el primer rancho se prendió. El fuego avanzó sin dar tiempo. Él no tenía a sus mascotas amarradas. Esa noche habían salido a dar una vuelta y los perritos se le escaparon. Al regresar, se metieron de nuevo al ranchito, justo cuando las llamas empezaban a tomar fuerza. Desde ese momento, ya no los volvió a ver.

Desesperado, Ricardo intentó entrar por un hueco que había en un costado de su vivienda, buscando rescatarlos. En medio del humo y el calor, las llamas lo obligaron a retroceder, y una estructura de madera se desprendió y lo golpeó con fuerza en la pierna izquierda, dejándole una contusión. También sufrió quemaduras leves en la espalda y en el glúteo, pero aun así quiso seguir buscando. No pudo: el fuego ya no dejaba ver nada.

Mientras tanto, la comunidad y los bomberos luchaban juntos contra el incendio. Ricardo recuerda ese momento como un ir y venir constante, personas cargando tanques de agua, sacando niños, ayudando a rescatar a quienes alcanzaban a salir. “Parecíamos hormiguitas”, dice, tratando de explicar cómo todos hicieron lo posible para salvar vidas en medio de la emergencia.

Hoy, Ricardo acepta la pérdida con una mezcla de tristeza y fe. Dice que nunca había visto un incendio tan grande, con llamas de más de cinco metros. Agradece estar vivo, aunque el dolor por sus perritos sigue intacto. Cree que lo material se puede recuperar, que con trabajo y ayuda volverá a levantar su ranchito. Por eso pide solidaridad, no solo para él, sino para toda la comunidad: ropa, comida, colchonetas, cualquier aporte que ayude a empezar de nuevo a quienes, como él, lo perdieron todo, excepto la esperanza.