El Ciclo del Cambio: la apuesta de la CDMB para que Bucaramanga se convierta en una ciudad sostenible

En una esquina de la plaza de mercado, una vendedora de verduras separa con calma las hojas marchitas de las frescas. A su lado, dos canecas plásticas: en una, residuos orgánicos; en la otra, botellas plásticas limpias y aplastadas. No hace mucho, todo habría terminado revuelto en la misma bolsa negra. Hoy, esa pequeña escena habla de algo más grande: un cambio de chip que la CDMB quiere sembrar en Bucaramanga y en los 13 municipios de su jurisdicción.

Esa transformación tiene nombre y tiene meta: la campaña “Me Uno al Ciclo del Cambio”, una apuesta de la Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga que busca modificar la relación de la ciudadanía con sus residuos y, al mismo tiempo, responder a una urgencia concreta: la crisis del relleno sanitario El Carrasco

“En Bucaramanga y su área metropolitana hay un problema evidente que viene desde hace años, que es que El Carrasco, donde se depositan las basuras. Está saturado”, resume la ingeniera ambiental Libia Gisela Melo, funcionaria de la CDMB. Desde su oficina, rodeada de mapas de la jurisdicción y matrices de seguimiento, Melo repite un mensaje que se ha vuelto mantra dentro de la entidad: “El llamado de la corporación a la ciudadanía en general es que nos unamos al ciclo del cambio”.

No se trata de un eslogan vacío. La campaña está anclada en cifras duras. En Colombia, el 38,5 % de los residuos que se generan en las grandes ciudades son potencialmente reciclables, según el Conpes 3874. Pero en el Área Metropolitana de Bucaramanga, apenas el 5 % de los residuos fueron separados para reciclaje en 2023, un avance tímido frente al 3 % registrado en 2019. Es decir, la enorme mayoría de lo que podría aprovecharse sigue terminando mezclado en la bolsa negra… y en El Carrasco.

Un fallo que nos obliga a repensar la ciudad

A esa realidad se suma un condicionante jurídico: un fallo del Juzgado 15 Administrativo de Bucaramanga ordena reducir en un 15% la cantidad de residuos que llegan al sitio de disposición final. Hoy, entre 950 y 1.000 toneladas de basura entran cada día al relleno. El reto es mayúsculo.

De ahí la insistencia en hablar de ciclo, más que de campaña. Para Melo, el punto de partida está en la puerta de cada casa: “Es el cambio de nuestra actitud como generador de residuos que somos todos desde nuestras casas, desde nuestros colegios, desde nuestras empresas. Hacer una clasificación y selección adecuada de los residuos, tal como lo establece el código de colores a través de la Resolución 2184”, explica.

Ese código, aún desconocido para muchos, define tres colores básicos: blanco para los residuos aprovechables (papel, cartón, vidrio, metales, plásticos limpios); verde para los orgánicos que pueden ser compostados; negro para los no aprovechables, que son los únicos que deberían ir al carro recolector. La CDMB viene repitiendo la fórmula en redes sociales, talleres, colegios y medios de comunicación, pero Melo sabe que no basta con difundir la norma: hay que cambiar hábitos.

“Desde nuestras viviendas, la clasificación y selección es fundamental. Yo creería que allí nace todo, el buen manejo de los residuos”, insiste. Y añade una verdad incómoda: “Encontramos la falencia en la mala conducta ciudadana”. Las empresas de aseo ajustan rutas, los municipios actualizan sus PGIRS (Programas de Gestión Integral de Residuos Sólidos), la CDMB hace seguimiento, pero si en la casa se sigue mezclando todo, el sistema se tranca.

Una comunidad que debe aprender a reciclar

La ingeniera habla con la experiencia de quien ha caminado bodegas y plazas de mercado. En los últimos años, la CDMB ha identificado en el área metropolitana unas 62 organizaciones de reciclaje, centros de acopio y ECAS que reciben material aprovechable. Sin embargo, lo que llega no siempre sirve. “La gran queja de los recicladores es que entregan hasta pañales, evidencian en las bolsas residuos que no tienen por qué estar allí. Eso indica que el ciudadano a hoy no ha tomado conciencia de la importancia que es clasificar y seleccionar”, lamenta.

El problema no es menor: cuando el material reciclable llega sucio o contaminado, se pierde la posibilidad de aprovecharlo, se encarecen los procesos y se desincentiva la cadena de reciclaje. En términos simples, se rompe el ciclo del cambio.

Para revertir esa tendencia, la CDMB no solo lanza mensajes. También acompaña a los municipios en la actualización de sus PGIRS, como lo ordena la Resolución 754 de 2019, y recorre el territorio para ver, en campo, qué se está haciendo. Melo encabeza un equipo que ha visitado 29 plazas de mercado en Bucaramanga y el área metropolitana para identificar cómo manejan sus residuos internos. “Hemos visto que en algunos establecimientos ya se dio inicio a procesos de transformación a través de los residuos orgánicos”, cuenta. En la práctica, eso significa menos cáscaras y restos de frutas en la bolsa negra, y más compost o abono producido en el mismo lugar.

Paralelamente, la CDMB ha empezado a caracterizar y acompañar organizaciones de recicladores en municipios como Lebrija y Piedecuesta. “La coordinación con las alcaldías nos permite implementar las normativas de manera efectiva, y verificar el acompañamiento en la formalización de la actividad del reciclaje tal como lo establece el Decreto 596 de 2016, y asegurar que las actividades de aprovechamiento sean formales, eficientes y sostenibles”, explica la ingeniera. Su objetivo es claro: “Reducir significativamente el volumen de residuos que llegan a sitios de disposición final como El Carrasco, promoviendo cadenas de economía circular”.

Me uno al Ciclo del Cambio no es solo un mensaje, es una estrategia

La campaña “Me Uno al Ciclo del Cambio” articula todas estas piezas. No es solo un llamado a separar en casa; es una estrategia que involucra a los 13 municipios de la jurisdicción: Bucaramanga, su área metropolitana y los municipios rurales que comparten cuencas, quebradas y, por supuesto, el impacto del relleno sanitario.

“El trabajo en conjunto con la comunidad, la academia, el sector empresarial, las autoridades territoriales en colaboración con la Autoridad Ambiental es la clave para que, en un solo propósito, se reduzca en un 15 % la generación de residuos sólidos desde la fuente”, señaló el director general de la CDMB, Juan Carlos Reyes Nova, al presentar la campaña. Su mensaje apunta a que esto ya no es un problema solo de Bucaramanga: las decisiones que se tomen hoy afectarán a toda la región, en términos de salud, ambiente y calidad de vida.

Por eso la CDMB no se limita a la sanción. “Nuestro objetivo no es solo sancionar como Autoridad Ambiental, sino también incentivar la cultura ciudadana”, recuerda Carlos Bonces Zafra, subdirector de Evaluación y Control Ambiental. En sus palabras, “estamos amplificando mensajes de sensibilización sobre la correcta separación de residuos en la fuente, así como motivar a la población a reducir, reutilizar y reciclar los residuos, tres de las 9R, bases de la economía circular”.

El Gobierno no puede hacer nada sin la ayuda de sus ciudadanos

No es casual que la campaña se aplique tras la entrada en vigencia de la Ley 2232 de 2022, que empezó a sacar del mercado ocho plásticos de un solo uso: bolsas de punto de pago, pitillos, mezcladores, soportes de bombas de inflar y copitos de algodón, entre otros. “Estos productos duran aproximadamente dos minutos en el uso y generan un daño ambiental inmenso al invadir y contaminar ciudades, mares y ríos”, advierte Bonces. Su conclusión se ha convertido en consigna: “Debemos todos unirnos al Ciclo del Cambio. Esto no es el trabajo de una sola institución o una labor exclusivamente gubernamental. Debe ser la unión de toda la sociedad. Sumemos esfuerzos, restemos residuos”.

Melo aterriza esa idea en el territorio. Para ella, la Política de Basura Cero, el Decreto 670, la Ley 2232, el código de colores, los PGIRS y los planes de ordenamiento territorial son piezas de un mismo tablero. “Hoy en día el PGIRS tiene que ser mucho más dinámico y obviamente estar de la mano con el plan de ordenamiento territorial”, explica. Pero también reconoce que, sin apropiación ciudadana, cualquier instrumento se queda corto.

“La responsabilidad de nosotros como ciudadanos, que somos los generadores, es entregar al menos el material debidamente clasificado”, insiste. Y remata: “La responsabilidad está en saberlos manejar, clasificar, seleccionar y entregarlos de manera adecuada. Muy seguramente el día que lleguemos ya a una educación ambiental en ese sentido, vamos a ver la diferencia y los logros”.

El sueño es posible

Mientras tanto, ejemplos concretos muestran que el ciclo del cambio no es una utopía. Más de 150 empresas adscritas a la Ventanilla de Negocios Verdes de la CDMB han incorporado la economía circular en sus prácticas. Cauchos Reciclados de Colombia, por ejemplo, ha reciclado 1.100 toneladas de llantas y residuos industriales en dos años, transformándolos en asfalto modificado, canchas sintéticas y pisos de seguridad. Esos materiales, que antes habrían terminado en un botadero, hoy son parte de un circuito productivo que genera empleo y reduce presión sobre el relleno.

En las plazas de mercado, algunas asociaciones de comerciantes ya comienzan a medir cuántas toneladas de orgánico transforman y cuánto material aprovechable separan. En barrios de Bucaramanga y los municipios vecinos, familias empiezan a entender la lógica de las tres canecas. En veredas de los otros nueve municipios, talleres de educación ambiental explican que una botella plástica que no llega a El Carrasco puede ser la diferencia entre una quebrada limpia o saturada de basura.

“Acciones positivas”, las llama Melo. Y sabe que todavía falta mucho. Pero también tiene claro algo: la campaña “Me Uno al Ciclo del Cambio” solo tendrá sentido si deja de ser una campaña y se vuelve costumbre. Un nuevo modo de vivir en Bucaramanga, en Floridablanca, Girón, Piedecuesta y en cada uno de los municipios que comparten el territorio y sus residuos.

Porque al final, de eso se trata el ciclo: de entender que lo que sacamos en una bolsa negra no desaparece, que llega a algún lugar, que tiene costo ambiental y económico, y que una simple decisión en la cocina —lavar una botella, separar una cáscara, usar menos plástico— puede ayudar a evitar que El Carrasco colapse y que los ríos y quebradas sigan cargando con lo que no supimos manejar.

“Es el cambio de nuestra actitud como generador de residuos”, repite la ingeniera Melo. Y en esa frase cabe Bucaramanga entera, con sus 950 toneladas diarias de basura, pero también con sus miles de habitantes que, si se lo proponen, pueden convertir la ciudad y su área de influencia en un ejemplo de cómo una región se tomó en serio su propio ciclo del cambio.