A sus 77 años, el fotógrafo ecuatoriano Bolívar Arellano ha visto de todo. Lo bueno, lo malo y quizá lo peor de la raza humana; pero nada lo impactó más que lo que vivió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, cuando terroristas atacaron las Torres Gemelas del World Trade Center. En la conmemoración del 11-S, recordó para Ké se dice sus vivencias.
La memoria de Bolívar Arellano es impecable. Por su trabajo como profesional de la fotografía este ecuatoriano tiene ‘grabados’ los detalles de cada momento de impacto que ha registrado con su cámara, y el 11 de septiembre de 2001 es uno de los que relata de una manera muy vívida.
Tiene 77 años pero lleva viviendo casi 50 en los Estados Unidos. Salió de Ecuador a los 13, estuvo 5 años en Cartagena y luego otros 4 en Bucaramanga, donde aprendió el arte de las imágenes, captando protestas y conflictos, aunque eso le valiera problemas que lo llevaron de regreso a Ecuador.
Pero eso nunca le impidió retratar situaciones que reflejan la maldad y el dolor humano, como aquellas por “la dictadura militar en Ecuador (…) gente herida o muerta por acción del Ejército o la Policía”, o presenciar “una masacre de más de 30 estudiantes en la Universidad Central de Guayaquil”, recuerda Bolívar.
“En 1982 también vi la guerra civil del Salvador, estuve durante dos horas en medio de un enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército; sentía las balas cruzar de esquina a esquina mientras estaba en el piso. Ese día murieron como 200 (…) vi todo eso y pensé que no había más maldad que yo pudiera ver del ser humano matándose entre sí… ¡Y pasó el 9-11!”.
Ese martes de septiembre en los Estados Unidos, un país que ya es como propio y donde tiene a toda su familia, Arellano corrió al World Trade Center porque le “dijeron que una avioneta pequeña acababa de chocar con uno de los ‘gemelos’.
“Cogí el carro como chofer de carrera y llegué en 12 minutos lo que normalmente toma 45”, asegura este apasionado reportero gráfico; “eran como las 9:15 de la mañana”.
“Al llegar vi a los que trabajan allí alejándose y diciendo: hay otro avión que va camino a la Casa Blanca, otro al Congreso… y yo me decía: ‘pobre gente, va delirando, porque tenía que estar loco uno para pensar que alguien iba a atacar a EE.UU. de esa forma. Estaba en negación completa.
“Entonces me puse justo frente a los ‘gemelos’ y empecé a tomar fotos, porque debía hacer mi trabajo. Tomé a gente lanzándose; vi una persona que saltó de la ventana y tomé en el aire varias fotos y luego vi que chocó con el piso. El cuerpo se deshizo y eso me causó una impresión bien grande.
“Por eso con todos los demás los tomaba en el aire, pero no cuando tocaban piso; solo cerraba los ojos y le pedía a Dios: ‘Por favor llévatelos, dales alas para que vayan volando, no permitas que toquen el piso. Pero luego dije, Dios no me está escuchando, debe estar muy ocupado tratando de escuchar las plegarias de toda esa gente”, relata Arellano con muchos sentimientos encontrados, aún después de tantos años.
Luego un Policía vino a sacarlo de la zona, diciéndole que el edificio chocado iba a colapsar, pero era algo que Bolívar no creía por su experiencia en un ataque anterior a las Torres, con un 'carro bomba' en 1993. Así que cuando el oficial lo llevó lejos, con la determinación de todo buen fotógrafo prefirió devolverse al lugar, detrás del uniformado, sin que este lo notara.
De todas maneras, empezó a calcular para donde correr si el rascacielos se desplomaba y en ese momento sintió una explosión y vio que todo se desmoronaba. “Eran 110 pisos que se venían y yo estaba justo al pie... me dije: De esta no salgo”.
Pero por imposible que pareciera, Arellano corrió hacia donde un hombre que estaba acurrucado y entre ambos lograron salir del desastre, cubiertos de cenizas, por lo que usaron sus camisas como filtro para respirar. En esos 9 o 10 segundos del colapso, el fotógrafo sintió que el recuerdo de toda su vida le pasó por delante.
“Estaba oscuro, había papeles manchados de sangre que volaban. Alguien me regaló agua para lavar las cenizas de mi cara, estaba hablando cuando escuché a mis espaldas la explosión del otro ‘gemelo’. Ahí dije, ¡Caramba, ya no voy a perder tiempo tomando fotos de este! Y salí corriendo con cuatro bomberos, dos policías y otro periodista hacia el vestíbulo de un edificio cercano”.
Bolívar asegura que cuando la segunda torre llegó al piso, la fuerza expansiva rompió la puerta de vidrio de donde estaban y los sacó a volar, “aunque yo iba bien agarrado de mis dos cámaras”, recuerda.
El golpe lo dejó inconsciente por unos momentos, incluso al despertar se dio cuenta de que – por muy poco – casi le cae un metal afilado en la cabeza. Se paró entre los escombro creyendo que los demás estaban muertos, pero tanteando en la pared encontró la puerta y salió para hallar a los bomberos.
Maltrecho y lleno de tierra, Arellano recordó que debía registrarlo todo, ese era su trabajo, y se fue detrás de los edificios caídos para seguir con sus fotos, pero la Policía no lo dejó pasar.
“Pero si allá hay como 40 fotógrafos que acaban de llegar ¿y yo que he sobrevivido no puedo pasar?”, le reclamó al uniformado, pero este le respondió tratando de hacer entrar en razón: “¿No se da cuenta que está herido?”.
La pierna derecha de este reportero estaba ensangrentada, y aunque en su momento hasta le saltó al Policía para demostrar que “estaba bien”, no le dejaron entrar con tal de que se fuera al hospital.
Sin embargo, Bolívar tomó su carro – parqueado a unas cuatro cuadras – y se fue para el periódico a entregar su material. “De allá también me sacó mi jefe, me dijo: ¡Te me largas al hospital!’, y me tocó hacer caso”.
En el centro médico “había como 50 doctores y enfermeras en la entrada, esperando que llegara la gente herida, me atendieron como si fuera millonario. Me limpiaron y cogieron puntos en la rodilla y hacia las 5:00 de la tarde salí. Me iban a enviar en ambulancia, pero yo vivía cerca.
“A esa hora había miles de personas desesperada tratando de contactar a sus familiares, porque como las antenas estaban en los ‘gemelos’, todas las comunicaciones estaban caídas en Nueva York. Mi señora me había ido a buscar a la ‘Zona Cero’ y llegó dos horas después. Nos encontramos, abrazamos y lloramos; Gracias a Dios me salvé ese día”.
Solo hasta esa hora fue que Bolívar creyó lo increíble: “que en verdad fue un acto terrorista, por la información que daban en TV, sobre los aviones secuestrados y los otros choques en el pentágono y en el campo. Fue un crimen contra la humanidad; la gente que murió no tenía nada que ver con el problema de esa gente”.
Por supuesto, fue un hecho que cambió las vidas de las familias directamente involucradas, pero también de todo el país y el mundo. “Al inicio todo el pueblo se unió en amabilidad, amistad y paz. Nadie se enojaba con nadie… ese día murieron tres mil personas.
“Pero también fue un daño inmenso en cuestión de leyes, porque se reforzaron las normas y leyes de seguridad, así violaran los derechos de los ciudadanos. El Gobierno recibió mucho poder y el mundo comenzó a extremar medidas”.
En cuando a Bolívar, participó de los primeros tres actos conmemorativos de aniversario por estos atentados, pero luego no pudo ir más. “Estuve mucho tiempo emocionalmente mal. Me daban ataques de llanto cuando recordaba la gente lanzándose del piso 110”, lamenta.
Todos los días tenía pesadillas y lloraba en silencio para no preocupar a mi familia. Gritando en silencio para que no pensaran que estaba loco, durante 15 o 16 años así”… y hoy sigue el luto.
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