Francisco, el malabarista viajero que enamora con su arte a la ‘Ciudad Bonita’

En pleno corazón de Bucaramanga, justo en el semáforo frente al Centro Comercial Megamall, trabaja por las noches Francisco Camilo Arriagada, un joven malabarista chileno que ha convertido este punto de la ciudad en su escenario cotidiano. Allí, bajo el resplandor que cae desde la fachada iluminada del centro comercial, aprovecha la masiva afluencia de gente que transita por la zona para mostrar su arte y ganarse el sustento.

Un viaje guiado por el arte

Francisco cuenta que su travesía comenzó en Chile, su país natal, desde donde dio el primer salto hacia Bolivia. Luego siguió por Brasil, Perú y Ecuador hasta llegar finalmente a Colombia, el quinto país en su ruta y uno de los que —dice— más cariño le ha brindado. Por eso sale en dos jornadas, aunque la nocturna es la que más rinde: cuando cae el sol y la ciudad bonita se llena de movimiento, él, su pareja y su perro Rocanroll encuentran en ese flujo constante de público la oportunidad perfecta para trabajar. “El que no suda no gana”, afirma con la naturalidad de quien vive del esfuerzo y la constancia.

Antes de dedicarse al arte callejero, Francisco pasó por oficios muy distintos. En Chile trabajó en gastronomía, estudió dos años en la universidad, se formó como soldador y hasta armó piezas para máquinas en una fábrica de pañales. Pero cuando descubrió los malabares, supo que ese sería el rumbo que quería seguir. A partir de entonces, eligió viajar y trabajar en las calles, convencido de que su vocación estaba en el movimiento, en el contacto con la gente y en la libertad que le da su arte.

Habla con orgullo de su familia, llena de educadores que le enseñaron la importancia de la humildad, la honestidad y la buena conducta. Repite que la humildad abre puertas y que la inteligencia libera, principios que procura llevar a cada ciudad que pisa. Para él, la educación no depende del lugar donde se trabaje, sino del respeto y la coherencia con la que se viva.

Cada noche, bajo las luces que Megamall deja caer sobre el asfalto, las clavas de Francisco se elevan entre aplausos improvisados y miradas curiosas. Y mientras la ciudad sigue su ritmo, él reafirma su decisión de continuar viajando con su pareja y con Rocanroll, esa pequeña caravana que avanza de semáforo en semáforo, de país en país, guiada por el arte.