El aire en el Parque Regional El Rasgón tiene algo de ancestral. La humedad se aferra a las hojas, las raíces se enredan entre sí como venas que respiran bajo el suelo, y cada sonido parece contener una historia. Allí, en el corazón de la jurisdicción de la Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga (CDMB), un grupo de biólogos avanza silencioso entre el bosque húmedo andino, atentos al rumor de las aves, al paso fugaz de un felino o al eco de un aullido lejano. No son exploradores comunes: son los guardianes del conocimiento, los encargados de medir el pulso de la biodiversidad para proteger los ecosistemas que sostienen la vida de toda una región.
Un plan que germina en el agua
“Venimos desde 2020 construyendo y creyendo en que la biodiversidad también se enlaza con ese eje articulador que tenemos, que es el agua”, explica Jasmilly Benavidez, bióloga de la CDMB, mientras señala el cauce de un arroyo que desciende entre piedras cubiertas de musgo. Su voz se mezcla con el murmullo del bosque, como si la naturaleza respondiera.
El agua, fuente y destino de la vida, es el hilo que une los esfuerzos del Plan de Acción Institucional 2024–2027, que la entidad ha estructurado bajo un principio simple pero poderoso: la biodiversidad y el recurso hídrico son un mismo tejido. En esa conexión se enmarca una de las apuestas más ambiciosas de los últimos años: el programa de monitoreo de biodiversidad, un proceso sistemático de observación, recolección de datos y evaluación de los ecosistemas a lo largo del tiempo.
Según Benavides, el propósito va mucho más allá de identificar especies. “No es obtener datos para guardarlos o tenerlos para nosotros. Es que esa información sirva para la comunidad, para la ciencia y para la toma de decisiones. La biodiversidad debe conocerse, manejarse y usarse con responsabilidad”, afirma con convicción.
El mapa vivo de la biodiversidad
El plan de acción de la CDMB ha establecido una línea estratégica —la número 3, denominada Estructura Ecológica Principal— que incluye programas y proyectos destinados a monitorear los recursos naturales. “Venimos de una secuencia de levantamiento de información sobre el agua, el aire y el suelo, y ahora estamos fortaleciendo el conocimiento en biodiversidad”, explica Benavides. Esa articulación ha permitido que el territorio se convierta en un gran laboratorio vivo, donde cada especie, cada planta y cada corriente de agua cuentan una parte de la historia ambiental de la región.
Durante los últimos años, la CDMB ha consolidado una red de áreas protegidas que hoy abarca más de 56.000 hectáreas, equivalentes al 12% del territorio jurisdiccional. Entre ellas se encuentran los Distritos Regionales de Manejo Integrado El Aburrido, Honduras, y el Distrito de Conservación de Suelos Umpalá–Cañón del Chicamocha, además de los Parques Naturales Regionales Santurbán, Misiguay , La Judía y El Rasgón. “Eso nos llena de orgullo —dice Yasmile—, pero también nos genera una gran responsabilidad: no basta con conservar; hay que conocer qué tenemos y cómo se comporta esa biodiversidad.”
En ese proceso, los monitoreos se han convertido en el corazón del trabajo técnico y científico. Las cámaras trampa, los transectos, las redes de niebla y las parcelas permanentes no son solo herramientas: son los ojos con los que la CDMB observa los cambios del paisaje y la salud de los ecosistemas.
“En El Rasgón, por ejemplo, hemos encontrado tres de los seis felinos que existen en Colombia”, relata Benavides, mientras muestra las imágenes captadas por las cámaras. “También aves, reptiles, anfibios y mamíferos que nos indican que estamos en un área con una conservación excepcional.”
Bocas: el bosque que resiste
A varios kilómetros de allí, en el municipio de Girón, otro equipo trabaja en Bocas, un ecosistema de bosque subandino seco que, pese a las huellas del tiempo y la intervención humana, muestra señales de resiliencia. “Es un área degradada alrededor de la represa”, explica Ludy Yaneth Archila Durán, bióloga de la CDMB y una de las coordinadoras del programa de monitoreo. “Pero observamos que la vegetación secundaria se está recuperando, ya está bastante alta, y eso ha traído de vuelta a la fauna.”
Archila describe con precisión científica el proceso. En Bocas, se delimitaron polígonos que abarcan distintas coberturas —bosque ripario, vegetación secundaria, pastizales y cultivos— para evaluar cómo se mueven las especies. “A través de cámaras trampa, trampas Sherman y Tomahawk, redes de niebla para aves y murciélagos, transectos y observación directa, registramos cómo la fauna responde a la recuperación del hábitat”, señala.
Lo que parece una rutina técnica es, en realidad, una historia de renacimiento. Cada huella de zorro, cada canto de ave o vuelo de mariposa se traduce en un dato, pero también en un signo de esperanza. “El monitoreo nos permite saber cómo está el ecosistema hoy, pero también compararlo en el tiempo. Por eso no es solo un inventario puntual, es un seguimiento continuo que nos habla del futuro del territorio”, enfatiza la investigadora.

El Rasgón: una parcela que cuenta el tiempo
En El Rasgón, donde el bosque húmedo guarda secretos de más de dos décadas, la CDMB ha retomado una parcela permanente de una hectárea que fue establecida hace 24 años. “Era indispensable incluirla dentro del programa”, comenta Archila. Allí, los científicos remiden los árboles, identifican las nuevas especies de regeneración y registran los cambios de biomasa. Cada tallo medido y cada hoja clasificada son testigos de cómo la naturaleza se adapta, resiste y evoluciona.
Esta parcela no solo tiene valor local; su información está registrada en bases de datos globales de biodiversidad. “Desde lo científico es supremamente importante —agrega Benavides— porque podemos articularnos con entidades como el Instituto Humboldt y con redes internacionales como la Red Otus, que reúne los datos de monitoreo de cámaras trampa de todas las corporaciones del país. Así aportamos al conocimiento mundial sobre biodiversidad y cambio climático.”
Por primera vez, el monitoreo en El Rasgón incluye también el componente de peces, asociado a las corrientes de agua. “No podemos desligar la biodiversidad del agua, el aire y el clima —dice Archila— porque al final todo esto nos muestra cómo está el ecosistema y qué servicios ecosistémicos nos brinda: alimentos, maderas, medicinas y, sobre todo, agua de calidad.”
El saber que se comparte
Uno de los pilares del programa es que los resultados no se queden en los escritorios. “No se trata de datos de mí para mí —aclara Benavides—. Queremos que la información sea útil para las comunidades, para que conozcan y valoren la biodiversidad que tienen a su alrededor.” Por eso, la CDMB planea que los resultados se divulguen no solo en informes técnicos, sino también en formatos accesibles.
“Vamos a tener consolidado el primer balance de resultados de Bocas y El Rasgón a finales de este año”, confirma Archila. “Y en enero de 2026 podremos mostrar los hallazgos con material audiovisual, fotografías, videos y una cartilla didáctica elaborada junto a la Oficina de Educación Ambiental.” La idea es que las comunidades comprendan cómo se relacionan las especies con su propio bienestar, cómo los bosques inciden en el clima, en el agua y en la calidad de vida.
En ese sentido, las comunidades no son simples observadoras, sino aliadas activas. En muchas zonas, los campesinos son quienes reportan la presencia de animales y ayudan a cuidar los corredores biológicos. “Ellos nos dicen: aquí pasa el venado, por aquí el oso, allá se escuchan los monos. Esa información es valiosa y complementa nuestro trabajo técnico”, cuenta Benavides con una sonrisa. “Cuando la comunidad se apropia de la biodiversidad, la conservación deja de ser un discurso y se convierte en un compromiso.”
La ciencia que respira en el territorio
El programa de monitoreo de biodiversidad de la CDMB es, en esencia, una apuesta por el conocimiento como herramienta de conservación. Como lo señaló el director general de la entidad, Juan Carlos Reyes Nova: “Con este programa, la CDMB reafirma su compromiso con la generación de conocimiento científico para la toma de decisiones en materia ambiental, siempre con el objetivo de conservar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que sustentan la vida en la región.”
En campo, ese compromiso se traduce en botas embarradas, cámaras instaladas en troncos, fichas llenas de anotaciones y miradas pacientes que buscan una señal entre la espesura. Es un trabajo silencioso, meticuloso, que une ciencia y pasión. Yasmile Benavides lo resume con sencillez: “Gracias a que existe esta conservación, no se nos aumentan las temperaturas, respiramos aire limpio y tenemos agua. Vivimos como vivimos por lo que aún conservamos.”
La esperanza en el bosque
Al caer la tarde, en El Rasgón, la luz se filtra entre los árboles y tiñe de oro los troncos húmedos. El canto de un tucán rompe el silencio, y por un instante el bosque parece detenerse. En algún punto, una cámara trampa registra la silueta de un felino. Es una imagen más en una larga serie de datos, pero también es una prueba viva de que los ecosistemas aún laten.
Ese latido, medido y documentado por los biólogos de la CDMB, es también una metáfora: la naturaleza todavía respira, y el conocimiento —como un faro— ilumina el camino para protegerla. Porque monitorear la biodiversidad no es solo contar especies; es reconocer que, en cada hoja, cada río y cada animal, palpita la promesa de un futuro posible.
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